La fría noche de verano londinense envolvía a dos figuras que, sentadas en el suelo de una terraza, charlaban animadamente. Un rosario de lámparas como único testigo. El alcohol calentaba sus cuerpos mientras un cigarro pasaba de mano en mano y los recuerdos de dos vidas saltaban de boca en boca. Vidas insignificantes, perdidas en un mundo con más de 6 mil millones de ánimas. Pero marcada en nuestra piel. Nuestra guía para afrontar un incierto futuro.
Los recuerdos eran acompañados con suspiros y risas. Los gestos intentaban intensificar la atmósfera de la anécdota. Con el asentimiento final llega el silencio como evidencia de el entendimiento entre dos amigos. Y en ese instante sintieron la felicidad de saberse en el lugar adecuada, en el momento exacto, con la persona indicada.
Minutos después están en el piso de abajo, rodeados de gente, envueltos por música y hormonas, en un inútil intento de seguir libres.
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