domingo, 19 de agosto de 2012

Damon Lindelof, el Estafador.

Llevaba casi una hora escribiendo, borrando y volviendo a escribir una crítica a Lost. Como buen escritor frustado que soy las ideas se agolpan mi cabeza pero mis dedos son bastantes amorfos a la hora de traducirlas en palabras. Que se le va hacer. Así que después de maldecir mi suerte, empecé a buscar críticas con las que estuviese de acuerdo y encontré esta de Cristian Campos de la cual reproduzco un fragmento:

"Sin rodeos: Perdidos es la mayor y más retorcida estafa de la historia de la televisión. 121 capítulos, 6 temporadas y 86 horas de emisión cuyo único mérito consiste en un soberbio uso del suspense. Pero que Damon Lindelof, el principal arquitecto de la tortuosa trama de Perdidos junto con J. J. Abrams, sea un maestro a la hora de idear y diseminar cliffhangers no implica que sea un buen guionista. De hecho, Lindelof es un pésimo guionista. Además del profesional más sobrevalorado de la industria televisiva y cinematográfica actual.

¿Argumentos? Uno, y más que suficiente. Los guiones de Damon Lindelof carecen de coherencia interna. No parece un pecado demasiado grave, ¿cierto? Error. La coherencia interna no es un detalle anecdótico para estudiantes de narrativa: es la piedra de clave de todas las obras de ficción. Sin coherencia interna, cualquier guión, cualquier historia, se viene abajo al más pequeño roce.

Perdidos es un ejemplo de libro de incoherencia interna. Lindelof y Abrams se dedicaron durante seis temporadas a cambiar la lógica de la serie con cada nuevo capítulo. ¿Cuál era su justificación? “Solucionamos viejos enigmas a medida que planteamos otros nuevos”. Lo cierto es que las reglas de los nuevos enigmas contradecían por completo las establecidas para los viejos. Así que los espectadores se pasaron seis años de su vida rellenando los innumerables agujeros del guión de la serie con decenas de teorías de fabricación casera, a cual más delirante.

Eran tantos y tan heterogéneos los palos que se pretendían tocar en Perdidos, tan torrencial la catarata de referencias que se mencionaban y de las que jamás se volvía a saber nada, tan enormes las contradicciones internas de la trama, tan absurdas las acciones de los personajes, que cualquier explicación servía. Perdidos es el camarote de los Hermanos Marx de las series de TV. ¿El corazón de las tinieblas de Conrad? Por supuesto. ¿Alicia en el País de las Maravillas? Por qué no. ¿Física cuántica? Una cucharada. ¿El mago de Oz? Que pase el siguiente. ¿Viajes en el tiempo? A tutiplén. ¿Mikhail Bakunin, David Hume y John Locke? Y dos huevos duros.

Perdidos, en definitiva, basa todo su prestigio en lo que se supone que es y no en lo que es en realidad: un desordenado y muy rococó ejercicio de name-dropping alargado hasta la extenuación. Perdidos triunfó porque entendió a la perfección a su público, una generación de telespectadores educados a partir de referentes literarios y culturales de primer nivel pero sin la capacidad necesaria para entenderlos y analizarlos de forma crítica. Una generación a la que le basta la simple apariencia de profundidad, el primer párrafo de la entrada de la Wikipedia, para darse por saciada. Una generación, en definitiva, a la que resulta fácil, muy fácil, estafar intelectualmente."


Poco más se puede añadir. Los dones de Lindelof y Abrams alumbraron Fringe, Super 8 o Prometheus. (Mencionando serie y películas que he visto.) Todas ellas con los mismos defectos y virtudes. Todas ellas con la sensación de que me están timando y realmente me estoy tragando un truño de proporciones épicas. En definitiva, un Sálvame deluxe para los "nuevos intelectuales".

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