martes, 10 de enero de 2012

Y Dios creo la privatización, y vio que era buena

En el principio era el caos. Los ciudadanos estaban privados de bienes propios por lo que no podían formar comunidades de hombres libres capaces de sustentarse a sí mismos, sino que dependían de la comunidad para su sustento. La ciudad no dependía de ellos, de su voluntad, sino ellos de la voluntad del Estado, siendo, por tanto, sus siervos. Los Señores Comunistas acampaban a sus anchas. Entonces, el Dios único, señor de todas las cosas, decidió depositar en la tierra a su enviado. Le dejo sólo, desnudo, pero le dio un gran poder. El poder de la privatización.

La lucha fue terrible, las penalidades innumerables y el camino largo y doloroso. Con el último aliento se despidió de sus discípulos exhortándoles a difundir su palabra. Y ellos recorrieron el mundo expandiendo la buena nueva: el liberalismo y su bíblia "The Wealth Of Nations" 

Fueron duramente perseguidos, pero su mensaje de amor propio y libertad impregnaba en el alma de los hombre. La ciudad, tal como el comunismo la concibe, no está en condiciones de ser una asociación creada y sostenida por todos con el fin de asegurar a cada uno la vida feliz y buena, sino es un ente monstruoso al servicio de cuya perpetuación estaría orientado el esfuerzo de los ciudadanos. 

La propiedad privada es necesaria para asegurar la felicidad. ¿ Cómo puede alguien compartir si no posee nada? ¿ Cómo puede alguien tener orgullo propio si no recibe recompensa por sus méritos? No hay nada como ver los frutos de tu propio trabajo, ¿verdad?

Y con ese fin, el enviado enseñó el arma definitiva: la privatización. Con ella los hombres podrían crear empresas, librarse de las ataduras de los Estados, pagando menos impuestos, pagando lo que ellos quieran y no coaccionados. Además, es bueno para la ciudad, pues consigue impuestos de sociedades de la institución que ha privatizado.

Como los hombres, ciegos todavía, no parecían comprenderlo, el enviado contó una parábola: si, por ejemplo, la ciudad privatiza un polideportivo, no sólo se ahorra su mantenimiento, sino que al ser este una empresa deberá pagar impuesto de sociedad, por lo que la ciudad no sólo gasta menos sino que lo recibe. Además, los ciudadanos se ahorran dinero en impuestas que ya no son necesarios para mantener el "poli"; por lo que tendrán más dinero para gastarlo en lo que ellos quieran. Y el "poli" deberá competir con otros de igual a igual, por lo que el ciudadano saldrá ganando en la relación precio-calidad.

A pesar del menaje de felicidad eterna que llevan 300 años predicando, el comunismo y su hermano menor, el socialdemócrata, están lejos de ser derrotados. Con falacias como "el poder de los mercados" o " solidaridad"o "justicia social" engaña a los ciudadanos para que sigan siendo siervos y paguen con su esfuerzo a los más vagos de la sociedad y a los Señores Comunistas ávidos de poder y dinero. 

La guerra aún no ha terminado. Y yo, simple cronista, sólo puedo contaros las maravillas del liberalismo, para que nadie pierda la esperanza hasta el final de los tiempos. Es posible un mundo donde el hombre sea libre, donde los Estados sean realmente democráticos, sociales y justos, donde las ciudades sirvan, al fin, al propósito para las que fueron creadas: que sus ciudadanos vivan bien. 

Que todos se edifiquen contando tales maravillas por los siglos de los siglos.

Amén. 

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