Recuerdo cuando tenía paciencia para ser un repipi. Podía empollarme la revista Clio que mi padre traía de sus viajes o leerme de cabo a rabo las aventuras de Mafalda en ese tocho de libro que cada familia española de buena fe tiene en el baño.
Era una época donde te tirabas horas pensando en cosas superfluas, donde las conversaciones con los amigos se basaban en un único tema que era estirado como un chicle boomer. Era una época donde leías cientos de libros, escuchabas un disco una y otra vez hasta que podías cantar las canciones enteras a la perfección con solo oir la primera nota. Donde el plan del día era jugar al basket para acabar comiendo chuches como un cerdo en alguna plaza del pueblo. Esas tardes de no hacer nada en especial que mis amigos y yo bautizamos (ya en su fase tardía) como "fálicas".
Todo este rollo viene de los problemas que encuentro últimamente para leer un libro. Para estudiar concentrado más de hora y media. Para ver una peli. Para escuchar un disco haciendo nada más que eso, escuchar un disco.
La información ya no plantea ser considerada como un producto, como sucedía con los medios tradicionales, se da por hecho que lo es. Es decir, que en la tele, radio o prensa, las grandes tragedias se retransmiten en directo, con cabeceras y sintonías propias, un presentador de informativos anuncia entidades bancarias a las que luego referencia en la información bursátil, entre comentarios cada vez más entre dientes. Esto ya no es un debate, porque en la red, el contenido es tan abrumador en cantidad, y los canales y fuentes tan increíbles, que sólo lo atractivo sobrevive. Los títulos espectaculares, las fotos llamativas, las palabras clave, fotos, vídeos y muy poco texto.
El espectador ya no tiene tiempo para sentarse en una butaca durante dos horas. No lo tiene para conocer ideas desarrolladas y fundamentadas. Quieren saber de Egipto pero en tres líneas, porque hay un nuevo escándalo de Pepe, o gol del Manchester , o tuiteo de Emma Stone o declaraciones de Stephin Merritt. Hechos anestesiados por la inflacción de noticias.
Se ha saltado la legitimidad de las fuentes. Lo importante es el movimiento, no lo que se mueve. Seguro que el vértigo que siento, y la sensación de deriva hacia la generación de personas mucho más vulnerables, no es más que un tic de viejo, pero no poder sentarme con tranquilidad a terminar Sandman, el Capitan Alatriste y otra media docena de lomos que me miran sin fe y me recuerdan que debo estudiar más de dos horas seguidas, creo que me empieza a matar, doctor.
Es muy cierto, y por cierto, la imagen da miedo... jeje
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