miércoles, 30 de mayo de 2012

España no quiere salir del laberinto

Reproduzco unos fragmento de un artículo de Benito Arruñada, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona.

El Gobierno español parece instalado en el autoengaño. En sus declaraciones del 28 de mayo, el Presidente casi se ha limitado a pedir que “Europa” afirme la irreversibilidad del euro. Su actitud parece ser la de “ya hemos hecho los deberes y ahora le toca jugar a Europa”. Ambas afirmaciones son incorrectas.

En cuanto a los deberes, no es cierto que el Gobierno haya hecho todo lo que ha podido. Ni mucho menos. Las reformas estructurales emprendidas han sido modestas, cuando no desafortunadas.


  • La reforma laboral aún nos deja a la cola de Europa en cuanto a la flexibilidad del mercado de trabajo y a la cabeza en cuanto a la carga fiscal que pesa sobre el empleo.
  • La reducción del gasto público se ha concentrado en recortar sueldos sin plantearse siquiera la necesidad de suprimir algunos de los inútiles órganos administrativos y políticos que proliferan en los cuatro niveles de la administración. Se promete evitar duplicidades, pero se ve poca disposición, quizá por el coste que comporta para la clase política.
  • Apenas se han tocado las prestaciones sociales ni los copagos sanitarios y educativos.
  • La reforma fiscal se ha limitado a elevar los tipos del impuesto de la renta, que ya era de los más altos y progresivos del mundo, y a introducir una amnistía fiscal tan discutible en su eficiencia como en su justicia.
  • El Gobierno apenas ha propuesto reformas institucionales, y ello pese a que la sociedad española está harta de una clase política sobredimensionada —se dice que tres veces la de Alemania y el doble de la de Francia— y que no hace el menor atisbo de autocrítica. El último exponente es su intento de esquivar toda responsabilidad en la crisis de Bankia y las demás cajas de ahorros, pese a que han estado controladas por políticos desde los años 1980. Peor aún: es posible que la decisión de rescatar Bankia en vez de capitalizar deuda o liquidarla obedezca al deseo de minimizar costes políticos y mantener cierto grado de control sobre las antiguas cajas. 

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